En 1927 conocí al poeta Antonio Oliver Belmás. El 5 de diciembre de 1931 me casé con él, al poco de esto, creamos la primera Universidad Popular de Cartagena (1932). Allí será donde podré aplicar mis ideales pedagogicos. El 5 de diciembre de 1933, ambos fundamos la revista Presencia, órgano de la Universidad Popular de Cartagena.
Estuvimos inmersos en las misiones pedagógicas, donde la Universidad tendrá como fin acercar la cultura a la clase trabajadora. Un espacio que contaba con una biblioteca para niños y para adultos, proyecciones de cine educativo, la creación del archivo de la palabra, grabaciones en disco de la voz de personalidades de la vida cultural, organización de excursiones y viajes culturales. Pronto muchos amigos se nos irán uniendo, como Miguel Hernández, Margarita Nelken, Guillermo de Torre, María de Maeztu, Elena Fortún, Cipriano Rivas Cherif, María Cegarra... . Yo escribí un artículo de las misiones pedagógicas: "poesía lírica para los niños" ("Luz", 6 de enero de 1934). Al texto le acompaña una foto de dos niñas leyendo sentadas en un banco, esta imagen a servido para ilustrar bien las misiones.
A principios de 1933, recibimos la mayor de las noticias. Íbamos a ser padres. La ilusión es máxima y así lo contó la poeta chilena Gabriela Mistral
Un tiempo después, del dolor por la perdida de nuestro futuro hijo, surgió un poemario, "Derramen su sangre en sombras", escrito entre junio y octubre de 1933. La obra consta de dos partes muy marcadas: una primera bajo el titulo de "La espera" y la otra "El desencanto".
Al estallar la Guerra Civil, Oliver se unió al ejército republicano al frente de la Emisora Radio Frente Popular.
En la guerra nosotros a diferencia de otros de la generación del 27 no nos exiliamos, decidimos quedarnos en nuestro país, aunque hubiéramos preferido el exilio.
Por fin, en 1940, salimos de Madrid para residir en San Lorenzo de El Escorial. En 1943 recibí una notificación del juzgado Militar, estaba en busca y captura.
Me presenté en el juzgado para declarar. Me afirmé y ratifiqué considerándome no culpable de los cargos imputados. La defensa tenía que buscar testimonios que avalaran mi buena conducta. Y los encontró. Victor Sancho y Sanz de Larrea, José Ballester Nicolás, Damián Mora Fernández, María Cegarra Salcedo y Joaquín Moncada Moreno. Todos declararon la religiosidad y buena fe mia. Después de varias dilaciones , por fin el 15 de diciembre de 1943, se fallaba a favor de no encarcelarme.
En el viaje en el que conocí por fin a Juan Ramón Jiménez y a Gabriel Miró. Su trato personal me transformará. Pero mi estancia apasionante en Madrid se ve alterada constantemente por las misivas asfixiantes de mi novio:
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